domingo, 22 de agosto de 2010

La noche que Zitarrosa cantó en el Vitreaux Bar



Texto: Luis Lemes
Ilustración: Fernando Irecio Lemes.


La noche era fría y había niebla. "Una cerrazón londinense", solía decir un amigo querido.  Entré al bar como todos los viernes. Era noche de peña y el lugar hervía de gente. Como un pedacito de Montevideo o de Buenos Aires puesto casi por equivocación en una ciudad no acostumbrada a un lugar prácticamente sin ventanas a la calle -La única que había daba a Varela,por donde a esa hora no pasaba nadie-.


Un corto pasillo, una chica amable y bonita en la puerta como antesala del clima agradable que caracterizaba al lugar. Un ambiente central y un apartado para los que querían una charla más privada.Todo bastante apretado, pero coqueto y cálido. En el mostrador, Pablo servía copas. A su lado, regenteando la situación, estaba el Cabeza. Un tipo que, o siempre estaba  feliz, o era un actor consumado. Porque la sonrisa pintada en su cara, a esa altura parecía imborrable.  Ni bien entré, se apresuró a comentar:


-¿Viste quién vino hoy? ¡Hoy sí que nos consagramos!


Señaló una mesa del fondo, cerca de la puerta de la cocina. Y ahí estaba. Elegante, de riguroso traje negro y finísima corbata al tono.  Y detrás del mostrador,al lado de la heladera, en el perchero que los músicos estables compartíamos con el personal, la gabardina.
El tiempo se detuvo. Después  retrocedió hasta alcanzar el instante en que un joven cantor se fotografiaba con un gran cigarro en la boca, o encendiendo otro, o contemplando una jaula con uncanario.


El tipo era Zitarrosa.


La escena era tan real como imposible. Era elaño 2002. Alfredo  vivía más que nunca en sus canciones, pero físicamente ya no andaba estos caminos.. Sin embargo esa noche estaba ahí, acompañado de una mujer joven y hermosa. En el escenario, Caco afinaba la guitarra y me señalaba con la nariz la escena mágica que ahí se daba.


Después de aquel impacto y luego de las presentaciones,  pudimos saber que el hombre se llamaba Julio, que era –creo- de Colonia, y que se autodefinía como un cantor modesto pero apasionado. Compartimos su mesa un rato. Después acompañamos con Caco a algunos cantores. Y disfrutamos, hay que reconocerlo,del juego de impactar a toda persona conocedora de Alfredo que entrara al lugar.


Pero la sospecha de que algo extraño estab apasando me volvió a invadir cuando el hombre subió al escenario y -pulsando la guitarra, rodeado de los arpegios con los que Caco Pauletti  inauguraba la ceremonia-, cantó "Milonga de ojos dorados" ,"Chacarera del 55","El violín de Becho".


Bastante antes de que el sol empezara su tarea de clarear la cosa, el hombre enfundó la guitarra y se enfundó en la gabardina.Tomó a su hermosa dama del brazo, agradeció formal y cortésmente a la casa por el trato dispensado y a los músicos  por su generosidad, atravesó el pasillo y se internó en la niebla.


Le juro que salí un segundo después para ver hacia donde se encaminaba. Pero usted sabe cómo es la niebla.


Desde ese día, puede usted creerme o no, he empezado a ver la magia que esconden las esquinas y los rincones de esta ciudad.Duendes y fantasmas que juegan a hacernos confundir y no nos permiten saber cual es la verdadera frontera entre la historia y la leyenda.


Y no se cómo hacer, pero ando pidiendo agritos que nos demos cuenta.



Texto publicado en semanario El Sanducero. Agosto 2010



Texto publicado en el samanario El Sanducero - Agosto de 2010